En lugar de intentar 'sanar’ o 'deshacerse’ de su dolor (¡Algo que había intentado con tanto esfuerzo por años!), finalmente fue capaz de ver todo esto de frente; le dio su lugar, lo permitió. Su dolor se había vinculado estrechamente con sus emociones - miedo, rabia, y debajo de todo eso, una gran tristeza, e incluso desesperación. Esas emociones se habían arraigado en su cuerpo desde que era pequeña, cuando sintió como una amenaza permitirse sentir lo que sentía. Demasiada energía se había acumulado en sus hombros. Sentir el 'dolor’ fue la invitación que hizo que todas esas energías comenzaran a moverse en ella. Su cuerpo literalmente tembló al unísono de toda esa energía, bajo la protección del momento presente, bajo la protección de nuestro campo relacional.
Ella comenzó a aprender a confiar en ella misma. A confiar en su cuerpo. A confiar en el poder de su presencia. A confiar en que alguien más la acompañara en el fuego de su experiencia. Incluso aprendió a confiar en el dolor mismo, a identificar la inteligencia que hay en todo ello. En un espacio seguro, con presencia, cuidado y amor, fue capaz de comenzar a soportar lo insoportable, de este modo lo insoportable dejó de ser insoportable. Así es como ocurre el sanar - a través del amor, a través de la presencia, a través del coraje de acercarnos siempre un poco más.
Jeff Foster
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