sábado, 16 de julio de 2016

Cada día, el viejo sabio caminaba tranquilamente. Sus discípulos
eran escasos, porque él no se mostraba hablador. Hablaban ellos y él se contentaba con una ligera inclinación de cabeza o con una
reflexión aquí y allá. Enseñaba más con sus actos que con sus
palabras. A ellos les correspondía averiguar el significado.
A veces le llamaban el sabio loco por su manera de desconcertar a sus estudiantes.
Un día, uno de ellos le preguntó:
-¿Puedo hablar contigo?
-Por supuesto. Estáte mañana por la mañana en el ciruelo a la
salida del sol.
A la hora convenida, el estudiante acudió a la cita. El sabio no estaba. El tiempo pasó y pasó. Por fin, el joven se fue, decepcionado.
Al día siguiente, cuando volvió a ver al sabio, exclamó:
-¿Dónde estabas? No te vi bajo el ciruelo.
-Estaba en el árbol. ¿Por qué no miraste arriba? Ya te lo dije muy
claro: «En el ciruelo». Escucha lo que te dicen y aprende a
observar a tu alrededor. No te quedes con lo que parece obvio.
Los sabios de la túnica ciruela

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